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La figura de la lechera

Escrito por A | 05-oct-2021 18:24:00

La venta de leche es un oficio antiguo. Posiblemente tanto como el propio mercado, al que se le atribuye el origen en Sumeria sobre el año 4.000 antes de nuestra era (a.d.n.e.).

Pero es difícil retrotraerse a esa época, carecemos de bibliografía sobre las lecheras de entonces y, lo más importante: no queremos hacer una tesis doctoral.

El ganado vacuno en Galicia

A principios del siglo XX, el ganado era el pilar de la economía gallega. Las familias que podían permitirse un cerdo para cebar, una vaca para comerciar o los machos para trabajar la tierra, cuidaban de los animales con el mayor de los esmeros. La pérdida de cualquiera de estos suponía un revés para la subsistencia familiar, muy difícil de superar.

La familia de la vaca fue particularmente vinculante.

La vaca (raro es hablar de familias con muchas vacas hasta los inicios de la explotación lechera, allá por los años 50 del siglo pasado) constituía la principal fuente de ingresos para su familia "adoptiva". El dinero en metálico llegaba a estas familias a través de la venta de la leche y de los terneros del animal.

Hablamos de un momento en el que el acceso a la liquidez monetaria era tan escaso que, en numerosas ocasiones, el intercambio de bienes y servicios continuaba produciéndose mediante trueque.

La vaca también producía estiércol en grandes cantidades, fundamental para el trabajo de la tierra.

Pero también cumplía la función vital de generar "calefacción central". En parte, y aunque parezca broma, gracias a los gases que expulsa y que tan criminalizados están a día de hoy. Pobres vacas. Pobres culos de las vacas...

En resumen: tanta era la importancia de la vaca en la familia media gallega que la pérdida de este animal por enfermedad o accidente era una desgracia mayor que la pérdida de un adulto sano.

Muy posiblemente, no pocas de estas vacas serían vacas A2.

El trabajo de la lechera

En este contexto es dónde coge fuerza la figura de la lechera, un oficio reservado históricamente a las mujeres, en ese papel silencioso y esencial que cumplen en la economía capitalista.

La lechera amanecía antes del sol y ordeñaba la vaca, teniendo cuidado de que, si el animal estaba en tiempo de criar, debía quedarse con leche suficiente para su ternero. Perder un ternero era un drama todavía mayor, si cabe, que perder a la vaca.

Llenaban los cántaros que dieran colmado y empezaban el camino.

 

LOs cántaros

Tiempo atrás, los cántaros eran de arcilla o cerámica, pero en el siglo XX ya solo se usaron recipientes de chapa. Por un lado porque pesaban mucho menos y, por otro, porque eran más fáciles de limpiar y, por lo tanto, había menor riesgo de que se estropeara la leche.

Los cántaros se limpiaban a conciencia con sosa y esparto y después se repasaban las rendijas con un alambre limpio en el esmero de que no quedara un resto de leche o suciedad. Era importantísimo tener los cacharros impolutos porque la leche sin pasteurizar se corta con la suciedad y, como se deduce de lo contado hasta aquí, la broma de que se estropearan litros del preciado líquido era cualquier cosa menos graciosa.

LA figura de la lechera

Hasta mediados de los años 40, la leche era un artículo de consumo esporádico. No vamos a decir que fuera exactamente un lujo (siempre refiriéndonos a una economía familiar media) pero hasta cierto punto excepcional.

El consumo de leche estaba reservado para las personas mayores, las personas con enfermedades o los niños a los que las madres no podían dar el pecho.  Para el resto, la leche se tomaba a veces, por ejemplo con castañas, en ocasiones especiales.

La lechera, pues, bajaba de buena mañana y vendía la leche fresquísima en la plaza de la aldea o la villa y en el atrio de las parroquias. Las mujeres pero, sobre todo las niñas, iban con sus garrafas para que las lecheras se las llenaran al peso.

Después, con lo que quedaba de leche sin vender, la lechera paseaba entre las casas con el sonido acampanado (clon, clon) que hacían los cántaros vacíos y ofrecían la leche mazada. Este "dulce" que los niños ansiaban, se obtenía de batir los restos de leche que ya se iban cuajando.

La lechera es, en Galicia, una figura de gran recuerdo visual en muchas generaciones. Se recuerda como una mujer curtida por el frío y el trabajo pero tiene siempre connotaciones dulces e incluso cándidas.

Forma parte de nuestra idiosincrasia tanto como los paragüeros o las mariscadoras. Es difícil saber donde está la barrera entre la mitificación y la realidad, pero tiene en el recuerdo de este país un lugar especial. Difuso, en parte; casi de ensoñación, si se quiere, pero también ineludible. Un poco como la sinécdoque del trabajo de las gallegas y de si mismas como individuos de esta sociedad.